Proyecto BIH (IV)

En la carretera que lleva de Ustikolina a Goražde, paralela al río Drina, se encuentra uno de los sitios más curiosos y maravillosos de esta zona de Bosnia, un bar en el que la entropía ganó la batalla a lo armonioso, que no por ello a la belleza.

Hace años estudiando el arte egipcio en la facultad me enseñaron el concepto de Horror Vacui, término para explicar como se esculpían o pintaban las paredes de templos y tumbas de centenares de jeroglíficos, para así narrar la historia de este o aquel faraón. Bueno, pues el caso es que en un lugar tan remoto como esta parada improvisada en carretera, y unos cuantos siglos después, fui a toparme con la historia de los últimos cien años de la zona en poco menos de cincuenta metros cuadrados.

Relojes, radios y emisoras, candiles, fotografías antiguas, vajillas de todo tipo y forma, armas de fabricación casera del último conflicto, cascos alemanes de la segunda guerra mundial, banderines, herrajes, montones de libros encuadernados en piel, vasijas, estufas, teléfonos de monedas…

He de reconocer que mi capacidad de asimilar objetos y de relacionarlos con cada instante de su historia me dejó fascinado, no más que comprobar que el dueño de todo aquello era alguien que me lo mostraba de manera orgullosa, con largas explicaciones en idioma bosnio, que yo no entendía en absoluto, y sin poder dejar de mirarle a los ojos mientras pensaba ensimismado, qué es lo que haría allí el doble de Sean Connery?

Momentos inolvidables.

Lo peor, no poder comentar la jugada con nadie en ni idioma, lo mejor, la magnífica cerveza bosnia que me tomé y que mi cámara estaba allí para compartirlo ahora con vosotros.

Estas fotos en flickr

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